Este día de otoño ya apareció!
En sol frío ilumina a un cielo azulísimo y desde mi ventanal observo
las calles y los árboles. Las calles son grises y los árboles estan
teñidos de otoño. Parece el dibujo de un niño.
La vida es tan simple.
Pasan madres con infantes multicolores y ejecutivos con maletines
de cuero de cocodrilo. Estudiantes que en realidad jamás estudian
y viejos tomados de las manos de sus viejas.
En mi ventanal crecen hermosos y enérgicos los cardenales rojos
y los pequeños paltos. Y las figuritas de greda peruanas, mexicanas,
chilenas, danesas y griegas danzan delicadamente entre ellas.
Jakeline despierta y luego de vestirnos y abrigarnos bien, salimos a
pasear por este dia maravilloso.
Nos sentimos felices.
Ir al Reales Correos Daneses con ella es una delicia. Y el Real Banco
Danés, mucho mejor. Uno tiene dos posibilidades: o llorar de frustración
o reir a carcajadas. Nosotros elegimos la última.
Las larguísimas filas de gente, impacientes y malhumoradas, nos hacen
sonreir. A la cajera poco simpatica y agresiva le damos un buenos días!
amable y cortés.
Visitamos la estación de trenes de Valby. Hay locomotoras ya rendidas y
oxidadas descansando sus vejeces cuan enormes insectos metálicos a los
lados de las líneas férreas. Y trenes jóvenes y magníficos haciendo piruetas
para atraer la atención de los pasajeros semi dormidos de tanto esperar.
Y hay máquinas a punto de jubilar, tomándose las cosas con calma llegando
lentas pero puntualmente a la estacíon.
Jakeline se despide con un beso porque tiene que irse al trabajo y yo sigo
caminando contento hacia la capital del reino, Copenhague. Y aquí está,
como siempre, con su arcaica Real Casa de la Municipalidad y el Strøget,
el célebre paseo peatonal.
Ahora me siento aún mas felíz caminando por este hermoso lugar. Llego al
Puerto Nuevo, que es un monumento de barcos intenacionales y locales y
viejísimos edificios a la Hans Christian Andersen, pintados todos de celestes,
azúles, naranjos y rosados, todos con sus ventanitas blancas y simétricas
y sus maceteros con flores surtidas.
Y más allá, el mar que conduce al resto de Escandinavia y al planeta entero.
De pronto me doy cuenta que me he alejado demasiado de Valby. Tomo
un Taxi.
El taxita es paquistano y habla como tal. O sea enrrollando la lengua cada
vez que pronuncia una erre. Habla mal danés y perfecto inglés. Es parlanchín
y yo lo dejo monologar calzandó mis “ahá”, mis “claro” y mis “no me diga”
con perfecta precisión.
Ya estoy en La Plaza de Valby nuevamente y me siento en un banco a tomar aliento.
Es mediodía y La Calle Larga se ha inundado de transeúntes. Yo disfruto
de esta maraña de seres humanos y perros. Me dan ganas de cantar y tarareo “Good
morning, good morning good morning ah!” de Los Beatles.
Los milagreros de siempre sorprenden a los paseantes con sus impresionantes
artes surealistas: Henrik, el vikingo que ya ha vivido mil años, arrugadito como una pasa,
hace malabares con su espléndida espada de hierro, sacándole chispas a las nubes
y regalando trozos de arcoírises a los niños boquiabiertos. Las multillizas de las Islas
Faro, Sussane, Sussana, Roxane, Roxana, Marianne, Marianna, Sabianne y Sabianna
levitan sobre las copas de los árboles de la plaza cantando el Himno a la Alegría de
Beethoven. Fátima, Amira, Adeba y todas las otras niñitas somalíes también cantan
y bailan rondas infantiles haciendo aparecer peces de colores del aire. Y El Chato
Vázquez, célebre milagrero chileno de Magallanes, reparte puñados de monedas de oro
puro a la concurrencia causando caos en la situación financiera del Reino de Dinamarca.
A mi lado se ha sentado una hermosa mujer. Yo la observo impertinentemente y ella
me dice riéndo “Sí, es un día maravilloso, no?”.
Me dice que su nombre es Marlene. Me cuenta su vida en dos minutos y me
pregunta ocasionalmente quién soy yo, de donde vengo y a donde voy…
Ella se pone de pié y me tiende un mano “vamos a tomar un café?”.
Es sueca y vive en la ciudad de Malmø, a media hora de Valby. Es cirujana
y trabaja en el Hospital del Reino. Le gusta venir a Valby a vitrinear, conocer
gente y ver los milagros. Habla danés con un delicioso acento sueco y es como escuchar a Liv
Ullman en algún film de Ingmar Bergman.
Esta Marlene es un milagro que no quisiera perder. Se lo digo y me da un beso
en la frente y su número de teléfono. Ella me cuenta acerca de su esposo Svend y
ya en casa se lo cuento a Jakeline y ella me da un beso en la boca.
Comienza a oscurecer lentamente con una luz color naranja. Cenamos congrio
con salsa de perejil y papas asadas. Lavamos la loza en silencio y nos acostamos
en mi sofá quedándonos poco a poco dormidos.
Pero antes de dormise, Jakeline me susurra al oido “Todo ser humano tiene,
de por ley, el derecho a disfrutar de un dia maravilloso, a pesar de las guerras,
el caos ecológico, las hambrunas, la falta de dinero, el abuso de poder, las miserias…”
Al despertar, Jakeline ya no está y un nuevo día de otoño ya apareció. Por
mi ventanal observo el milagro de la vida, la simpleza y la perfección. Como un
banquito vacío rodeado de árboles otoñales esperándome tranquilamente en
La Plaza de Valby.
las calles y los árboles. Las calles son grises y los árboles estan
teñidos de otoño. Parece el dibujo de un niño.
La vida es tan simple.
Pasan madres con infantes multicolores y ejecutivos con maletines
de cuero de cocodrilo. Estudiantes que en realidad jamás estudian
y viejos tomados de las manos de sus viejas.
En mi ventanal crecen hermosos y enérgicos los cardenales rojos
y los pequeños paltos. Y las figuritas de greda peruanas, mexicanas,
chilenas, danesas y griegas danzan delicadamente entre ellas.
Jakeline despierta y luego de vestirnos y abrigarnos bien, salimos a
pasear por este dia maravilloso.
Nos sentimos felices.
Ir al Reales Correos Daneses con ella es una delicia. Y el Real Banco
Danés, mucho mejor. Uno tiene dos posibilidades: o llorar de frustración
o reir a carcajadas. Nosotros elegimos la última.
Las larguísimas filas de gente, impacientes y malhumoradas, nos hacen
sonreir. A la cajera poco simpatica y agresiva le damos un buenos días!
amable y cortés.
Visitamos la estación de trenes de Valby. Hay locomotoras ya rendidas y
oxidadas descansando sus vejeces cuan enormes insectos metálicos a los
lados de las líneas férreas. Y trenes jóvenes y magníficos haciendo piruetas
para atraer la atención de los pasajeros semi dormidos de tanto esperar.
Y hay máquinas a punto de jubilar, tomándose las cosas con calma llegando
lentas pero puntualmente a la estacíon.
Jakeline se despide con un beso porque tiene que irse al trabajo y yo sigo
caminando contento hacia la capital del reino, Copenhague. Y aquí está,
como siempre, con su arcaica Real Casa de la Municipalidad y el Strøget,
el célebre paseo peatonal.
Ahora me siento aún mas felíz caminando por este hermoso lugar. Llego al
Puerto Nuevo, que es un monumento de barcos intenacionales y locales y
viejísimos edificios a la Hans Christian Andersen, pintados todos de celestes,
azúles, naranjos y rosados, todos con sus ventanitas blancas y simétricas
y sus maceteros con flores surtidas.
Y más allá, el mar que conduce al resto de Escandinavia y al planeta entero.
De pronto me doy cuenta que me he alejado demasiado de Valby. Tomo
un Taxi.
El taxita es paquistano y habla como tal. O sea enrrollando la lengua cada
vez que pronuncia una erre. Habla mal danés y perfecto inglés. Es parlanchín
y yo lo dejo monologar calzandó mis “ahá”, mis “claro” y mis “no me diga”
con perfecta precisión.
Ya estoy en La Plaza de Valby nuevamente y me siento en un banco a tomar aliento.
Es mediodía y La Calle Larga se ha inundado de transeúntes. Yo disfruto
de esta maraña de seres humanos y perros. Me dan ganas de cantar y tarareo “Good
morning, good morning good morning ah!” de Los Beatles.
Los milagreros de siempre sorprenden a los paseantes con sus impresionantes
artes surealistas: Henrik, el vikingo que ya ha vivido mil años, arrugadito como una pasa,
hace malabares con su espléndida espada de hierro, sacándole chispas a las nubes
y regalando trozos de arcoírises a los niños boquiabiertos. Las multillizas de las Islas
Faro, Sussane, Sussana, Roxane, Roxana, Marianne, Marianna, Sabianne y Sabianna
levitan sobre las copas de los árboles de la plaza cantando el Himno a la Alegría de
Beethoven. Fátima, Amira, Adeba y todas las otras niñitas somalíes también cantan
y bailan rondas infantiles haciendo aparecer peces de colores del aire. Y El Chato
Vázquez, célebre milagrero chileno de Magallanes, reparte puñados de monedas de oro
puro a la concurrencia causando caos en la situación financiera del Reino de Dinamarca.
A mi lado se ha sentado una hermosa mujer. Yo la observo impertinentemente y ella
me dice riéndo “Sí, es un día maravilloso, no?”.
Me dice que su nombre es Marlene. Me cuenta su vida en dos minutos y me
pregunta ocasionalmente quién soy yo, de donde vengo y a donde voy…
Ella se pone de pié y me tiende un mano “vamos a tomar un café?”.
Es sueca y vive en la ciudad de Malmø, a media hora de Valby. Es cirujana
y trabaja en el Hospital del Reino. Le gusta venir a Valby a vitrinear, conocer
gente y ver los milagros. Habla danés con un delicioso acento sueco y es como escuchar a Liv
Ullman en algún film de Ingmar Bergman.
Esta Marlene es un milagro que no quisiera perder. Se lo digo y me da un beso
en la frente y su número de teléfono. Ella me cuenta acerca de su esposo Svend y
ya en casa se lo cuento a Jakeline y ella me da un beso en la boca.
Comienza a oscurecer lentamente con una luz color naranja. Cenamos congrio
con salsa de perejil y papas asadas. Lavamos la loza en silencio y nos acostamos
en mi sofá quedándonos poco a poco dormidos.
Pero antes de dormise, Jakeline me susurra al oido “Todo ser humano tiene,
de por ley, el derecho a disfrutar de un dia maravilloso, a pesar de las guerras,
el caos ecológico, las hambrunas, la falta de dinero, el abuso de poder, las miserias…”
Al despertar, Jakeline ya no está y un nuevo día de otoño ya apareció. Por
mi ventanal observo el milagro de la vida, la simpleza y la perfección. Como un
banquito vacío rodeado de árboles otoñales esperándome tranquilamente en
La Plaza de Valby.